CECILIA CIGANER Y SU GRAN BODA AMERICANA

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La boda ayer en Nueva York de Cécilia Ciganer-Albéniz, ex Martin y ex Sarkozy, con el millonario Richard Attias ha desatado la imaginación de muchas seguidoras de «Sexo en Nueva York». Pamela Druckerman, ex reportera de «The Wall Street Journal» y autora de estudios sobre las distintas culturas del adulterio en el mundo, escribía hace poco para «The Washington Post» un artículo lleno de admiración hacia las mujeres francesas, por ser capaces de volver a aparearse a edades avanzadas. Druckerman se quitaba el sombrero ante Cécilia por decidirse, a los cincuenta años, a dejar a su segundo marido y presidente de la República no para quedarse en casa vistiendo los santos de la menopausia, sino para emprender una excitante vida nueva junto a su apuesto, refinado y millonario amante, Richard Attias. Un organizador de eventos internacionales para vips al que una vez se negó la entrada en los Estados Unidos, donde era el responsable fáctico de una cumbre análoga a la de Davos, porque es nacido en Marruecos y las alarmas de seguridad se dispararon.

¿Una sutil venganza?
Aunque ese problema se subsanó en minutos -los que tardaron los responsables del magno evento en llamar a la mismísima Casa Blanca-, quedó la ofensa y, mejor aún, la leyenda. Para el típico americano bienpensante, Attias y Ciganer-Albéniz son una pareja de cine. No hay que olvidar tampoco que Cécilia, siendo aún primera dama francesa y encontrándose de vacaciones en los Estados Unidos, se excusó de visitar al matrimonio Bush alegando anginas, mientras la prensa la fotografiaba fresca como una lechuga, paseando con sus hijas. ¿A lo mejor fue una sutil venganza por el desaire en la frontera americana a su ayer amante, hoy marido?
Mucho se ha especulado con este casorio, que empezó con la más absoluta discreción para acabar casi en fanfarria. Después de su sonado divorcio de Nicolas Sarkozy, Cécilia ha dicho siempre que quería hacer del anonimato su bandera. Hasta que fue «cazada» viajando con Attias a Fez, coincidiendo con el matrimonio de Sarkozy y Carla Bruni en el Elíseo.
Desde entonces, los ex esposos Sarkozy parecen jugar al gato y al ratón. Ya no se sabe quién ha pisado el acelerador matrimonial para mortificar a quién. En principio, la historia de amor entre Cécilia y Attias resulta más creíble para el público que el «calentón» entre Sarkozy y Bruni. A la hora de la ceremonia, en cambio, se invierten las tornas: el presidente francés se casó en el Elíseo pero sin fotógrafos y con menos de cincuenta invitados. Mientras que su ex esposa pasó a serlo de otro hombre oficialmente en la intimidad, pero con la prensa americana y francesa haciendo correr ríos de tinta sobre los tres días de festejos en Nueva York para los 150 invitados. Se ha escrito que todos ellos se reunieron el viernes por la noche en la casa de Attias en Connecticut, que el sábado fueron a ver el musical «Mamma Mia!» en Broadway y que ayer domingo la gran cita era a la hora de cenar en el Rainbow Room, en el piso 65 del Rockefeller Center. Un espacio impresionante con lujosas vistas sobre Manhattan, pero que muchos no dejan de considerar una verdadera horterada, más propia de nuevos ricos americanos que de la charme francesa.
Un shock para los americanos
Para los americanos, que siempre esperan de los franceses el colmo del refinamiento, tiene que haber sido un shock ver cómo la ex novia de Francia se pone ciega en brasseries americanas y luego se va a ver un musical de Abba como cualquier matrona del Midwest, de las que se compran playeras nuevas para patearse Nueva York en tres días. Por supuesto, no es el caso de Cécilia, cuya perenne elegancia y belleza resiste todos los embates de la vulgaridad. Si no en otra cosa, sí en la querencia de lujo ha estado la ex primera dama a la altura de todas las expectativas. La prensa se hacía mieles con los precios de su lista de bodas: desde cucharillas de café a 44 euros la unidad hasta vasos de whisky Baccarat de 157 euros y un juego de sábanas de 780 euros.
Quizás por su morbo, la lista de bodas estaba disponible ayer en el sitio web de «Le Bon Marché», el exclusivo establecimiento elegido. Tanta exclusividad ha dado pie a que muchos acusen a Cécilia de hipócrita por haber dicho que dejaba a Sarkozy para poder ir con su hijo al supermercado.
¿Es eso incompatible con tener cucharillas de café de 44 euros? Nadie dijo que el amor, para ser ciego, tenga que ser pobre. Ni que a todos nos tenga que quedar sólo París.

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