La Gata Loca e Ignacio

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Su creador es el caricaturista George Herriman y su animación data desde 1916, la cual era en blanco y negro, en donde la secuencia era un poco oscura. Esta Trilogía comenzaba con la presentación de una corona de tres picos correspondiente cada uno, a un personaje tras el sonido de una campanada en la aparición de cada pico.

Todo comenzó en 1910, cuando George Herriman (1880-1944) dibujó a una gata golpeada por un ladrillo que había lanzado un ratón para llenar el espacio en blanco de la historieta en la que por entonces trabajaba. Eso fue suficiente para que, además de magullada, la víctima quedara flechada por la perversa puntería de su panzón opresor. El idilio continuó durante tres años hasta exigir su propia tira cómica: COCONINO. Se cimentó así uno de los romances más insólitos del mundo del cómic y la animación, dominado por el signo tanático del amor-odio, o, dicho a nuestro modo, del amor cholo. El primer impacto del primer ladrillo en ese inmaculado cerebro felino fue el Bing-Bang, no sólo del árido y surrealista condado de COCO-NINO (supuestamente ubicado en Arizona) y sus excéntricos habitantes, sino también, y sobre todo, de un amor que representa la utopía misma del sadomasoquismo.

Y es que, en realidad, La Gata Loca, traicionando el instinto aventurero de su especie, será de Ignacio hasta la muerte; y cómo no ha de serlo, si cada ataque la hace literalmente ver estrellas, quitándole en razón lo que gana en afecto. Bondadosa hasta la santidad, la amorosa e inocente minina será siempre antídoto y ejemplo para contrarrestar las perfidias del malogrado roedor, ambicioso, egoísta, cínico, violento, revoltoso, corrupto, misógino y antisocial. En resumen, un antihéroe de verdad.

Ignacio es también en sus ataques, fiel y dedicado, y no deja de alimentar, con imbatible pericia, esa loca pasión. Como digno precursor de esa casta de duros sentimentales que presidiría mucho más tarde Bogart, él también era un romántico, y ahí están para probarlo todos los años que pasó sufriendo en la cárcel, el hostigamiento de un policía que le quería robar la chica y la incomprensión de su sociedad. Es decir, convirtiéndose en un paria, en un outsider, en un rebelde, sólo por defender un amor al que también, a su particular manera, estaba esclavizado. Un amor esencialmente trágico, que superó las eternas rivalidades entre ambas familias de mamíferos tal como lo hicieron, con más miel que hiel, los célebres amantes de Verona.

No sorprende entonces que, pese a no haber sido muy rentable, la saga de este triángulo amoroso haya tenido tantos adeptos, entre los que se cuentan no sólo el legendario William Randolph Hearst -quien la financiaba en uno de sus periódicos- , sino numerosos intelectuales y artistas, desde Picasso, Chaplin, Disney, Joycey Hemingway hasta fuguras más actuales como Tarantino o Michael Stipe, el líder de R.E.M., quien tiene a la pareja tatuada en un brazo.

Considerada como una de las obras maestras de la historieta, empezó a ser producida como dibujo animado a partir de 1916, y se llegaron a realizar muchas películas mudas tomándola como base. Obviamente, la versión que la mayoría conoce es más moderna*, pero mantiene básicamente los cambios con los que el mismo Herriman distinguió al cómic de la serie animada, suavizando principalmente la implícita crítica social, simplificando los diálogos, reduciendo la cantidad de personajes y, oh escándalo, anulando esa ambigüedad sexual que en la historieta tenía La Gata (y que posibilita la indeterminación del género de su nombre en inglés: KRAZY KAT). Una gata entonces definitivamente femenina, sin conflictos de identidad, abocada como siempre a su adorado ratón y al éxtasis de sus ladrillazos, protagonista eterna de una trama simple pero mágica, deliciosamente absurda, mártir de un amor sublimado, reprimido, pero peligrosamente latente en muchos subconscientes.

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