ESTRENO DE LA OPERA "EL GRUÑON DE BUEN CORAZON".

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El valenciano Vicente Martín y Soler (1754-1806) estuvo en su época a la altura de Mozart, pero le ha costado dos siglos estrenar en Madrid. Este 'Il Burbero di buon cuore' es una ópera bufa de divertido enredo y con excelente música. Lástima que su rescate se vea ensombrecido por una escenografía inadecuada. El barítono aragonés Carlos Chausson encarna un gran Ferramondo, un personaje verídico, eterno, que merece figurar en la antología de tipos operísticos.

El Teatro Real estrena el 1 de noviembre la ópera Il burbero di buon cuore, de Vicente Martín y Soler, de quien el pasado año se conmemoraron los 200 años de su fallecimiento. Hace tres años se estrenó en Valencia, con bajo presupuesto y poco interés. Y el estreno de Madrid no augura mucho mejores resultados.

¿Por qué? No por su música ni por la dirección musical del especialista en barroco y clasicismo español Christophe Rousset. No por el reparto, aunque la soprano Elena de la Merced, en el papel de la protagonista, esté sólo correcta, y el elenco en general alcance sus mejores momentos en la segunda parte. Pero la producción, en colaboración con el Gran Teatre del Liceu, es de las más pobres que se han visto en el Real. Y la dirección de escena es absolutamente inadecuada. Irina Brook, hija del director Peter Brook, firma este decorado pobretón y romo donde también naufraga la escenografía de Noëlle Ginéfri. Ello agiganta las dificultades de acercamiento a lo que resulta de por sí lejano. Afortunadamente, libreto, música e intérpretes consiguen un desenlace magnífico que compensa los desaguisados.

Estrenada triunfalmente en 1786 y basada en una de las más celebradas comedias de Carlo Goldoni, Il burbero di buon cuore presenta, según el autor de la edición crítica, Leonardo J. Waisman, “los frutos del largo aprendizaje del músico valenciano en los principales centros de la ópera italiana. Todos los recursos de la ópera bufa están utilizados con maestría y gran economía de medios”. El Libreto de la ópera lleva el inconfundible sello de Lorenzo da Ponte, autor de los textos de tres obras de Mozart: Le nozze di Figaro (1786), Don Giovanni (1787) –donde el autor cita la ópera de Martín y Soler Una cosa rara- y Così fan tutte (1790).

Irina Brook dice haber optado por una lectura naturalista de la obra: «Al principio mi primera intención era inspirarme en Woody Allen, pero después me he decantado más por Chejov». Ha pretendido escenificar una pensión desangelada donde un mobiliario decimonónico es 'vitalizado' con rutilantes objetos de plástico. "He jugado con una mezcla de estilos y épocas que es lo que me gusta". Bien: un lugar horrible donde personajes mal vestidos se mueven sin ton ni son con bandejas en la mano, se sientan y se levantan sin orden ni concierto, y donde ocurre la herejía de las herejías que los tiempos vieron en un coso operístico con una obra del siglo XVIII: un personaje enarbola durante unos minutos ¡una fregona!. Una fregona, con su cubo de plástico rojo: ¿cómo va a poder uno que ha venido a ver una ópera 'mozartiana' sentirse a gusto?

Irina dice que creció entre bambalinas. A mediados de los años noventa dirigió su primer show, en Londres: Beast on the Moon de Kalinoski, cuya reposición en París obtuvo cinco premios Molière. Siguieron Madame Klein de N. Wright y All’s Well that Ends Well de Shakespeare. La versión cinematográfica de Beast, dirigida igualmente por ella, mereció el Premio Mitrani en el Festival de Biarritz. Por su versión de Resonance de K. Burger recibió el Molière y el Premio de la Sociedad de Autores de Francia. En el ámbito operístico ha dirigido Die Zauberflöte en la Reiseopera holandesa, Eugenio Oneguin en Aix, La Cenerentola en París, Estocolmo y Bolonia, La traviata en esta última ciudad y en Lille, y Giulio Cesare en el Teatro de los Campos Elíseos de París.

¿Pues que te ha hecho, Irina, el Real y el pobre Martín, para que nos presentes esto? Un noble señor vestido como el vecino cuando se pone a ver la tele; su sobrina casadera con torerillas y vaqueros; su hermano que la quiere meter en un convento, como un Moranco; el enamorado con el casco de la moto. Y todo ellos en un contexto propio de los seriales costumbristas de Antena3 y Tele5.

La ópera es el último reducto elitista que queda. Seamos modernos de verdad y no ramplones. Todo esto es un insulto no sólo a la estética, sino sobre todo a la inteligencia, pues impide conocer la obra.

Sobre todo ello, aún Carlos Chausson acierta a ser un gran Ferramondo, con el que nos ariresgamos a ser comparados a primera vista por nuestras críticas a una adaptación desafortunada. Adapten, señores dictadores escénicos, todo lo que quieran, pero háganlo con magia. Si no, mejor no adapten, por lo que más quieran.

DEL ÉXITO AL OLVIDO

Vicente Martín y Soler fue, sin duda, uno de los compositores más grandes y reconocidos de su época, y buena prueba de ello es el hecho de que todas las cortes europeas se lo disputaran, desde Nápoles y Viena hasta San Petersburgo, donde murió en 1806. Compositor de más de treinta óperas y de una veintena de ballets para los teatros de mayor renombre europeo –San Carlo de Nápoles, Burgtheater de Viena, Ermitage de San Petersburgo, King’s Theater de Londres–, sus obras fueron interpretadas por los más virtuosos cantantes del momento –el castrato Luigi Marchesi, los tenores Giovanni Ansani y Michael Kelly, las sopranos Maria Balducci, Luisa Todi o Nancy Storace–, y representadas por prestigiosos coreógrafos –Charles Lepicq o Domenico Rossi–. Contó con la colaboración de los más brillantes libretistas del último cuarto del siglo XVIII, desde Lorenzo Da Ponte y Luigi Serio a los revolucionarios Moretti o Cigna-Santi. Frecuentó a Haydn, Mozart y Salieri.

Nació en Valencia, 2 de mayo de 1754, y murió en San Petersburgo, 30 de enero de 1806. Fue favorito del emperador José II de Austria, de Catalina de Rusia y de su hermano Pablo I, así como de Felipe, duque de Parma, y de Fernando I de Nápoles. Pero sigue siendo un desconocido para el público de hoy. De las muchas injusticias en que ha incurrido nuestra incurable tendencia a la desmemoria, quizá una de las mayores sea la cometida con este gran músico. Verdad es que optó por una fórmula musical más fácil que la elegida por el genio vienés, pero eso no justifica su ostracismo. Le pasó como a tantos españoles: tuvo que emigrar para triunfar y nunca fue reconocido en su tierra. Mozart y él escribían en Viena óperas en italiano, pero aquel hizo en alemán La flauta mágica, y Martín, El tutor burlado o La Madrileña, una zarzuela en dos actos y en verso, estrenada en la capital en 1778, de la que nunca más se supo.

Tras pasar una vida de éxitos en algunas de las cortes más refinadas de la Europa del siglo XVIII, pasó a habitar tan sólo en el miserable espacio de una nota a pie de página en los libros sobre Mozart. Triste destino para quien en su momento pudo superar en fervor del público vienés al propio Mozart. Desde su muerte en 1806 y hasta finales del siglo XX, su memoria quedó como un fantasma, como una referencia erudita, y su música callada para siempre. Las primeras representaciones modernas de sus obras en España fueron L’Arbore di Diana en el Principal de Valencia en 1983 o Una cosa rara en el Liceo en 1991. Puede que la reciente biografía escrita por Giuseppe Matteis y Gianni Marata (Vicente Martín y Soler, Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 2001), y el interés demostrado por John Eliot Gardiner por grabar L’Arbore di Diana sean el inicio de la definitiva aclaración de cuentas con este valenciano cosmopolita.

Sus óperas sobre textos de Da Ponte, son Una cosa rara,L'arbore di Diana, Il Burbero di buon cuore. Otras de sus obras conocdias son La capricciosa corretta, L'Ifigenia in Aulide, La madrileña o el tutor burlado, La scola de maritati o L'Isola dei Piacere. También es autor de canciones, sinfonías, divertimentos, octetos de viento, etc. Su estilo se corresponde con el clasicismo vienés. En noviembre de 2006, con motivo del segundo centenario de su muerte, se celebró en Valencia un congreso sobre su obra, Los mundos de Vicente Martín y Soler, dirigido por los doctores Dorothea Link y Leonardo Waisman, reputados especialistas en la obra de este compositor. En los últimos cuatro años se han hecho 39 representaciones en Europa de Martín y Soler.(inf. Farandula)

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