UNA DE CINCO

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Entre insomnios, perseverancias y suspiros, el premio Oscar ha sobrevivido a sus críticos. Ha sabido llevar, con la frente en alto, sus desconsideraciones e injusticias y hoy, a pesar de los pesares, es el referente más serio para medir lo mejor del cine de “occidente”.
La 81 ceremonia del galardón cinematográfico más antiguo del mundo (que mañana domingo resonará jubiloso), distinguirá, entre el glamour y la pomposidad emocional, el trabajo de un grupo de profesionales que han consagrado su vida a embellecer las imágenes en movimiento desde sus respectivos criterios y posibilidades.

Prestigiosos nombres como Gus Van Sant, Ron Howard, Danny Boyle, Meryl Streep, Sean Pean, Philip Seymour Hoffman, Kate Winslet y David Fincher, entre muchos otros ya tienen en sus manos, y de manera invisible, el premio mayor, con indepenencia de aparezcan escritos en letra gótica dentro de la hoja de papel sellado que contiene el veredicto del “respetable” jurado, en cada categoría.

El mundo les ha dicho sí. No importa que ciertas mezquindades e intereses le hayan virado la espalda a otros colegas con proyectos valiosos.

Ellos impactaron, en mayor o menor medida, en un año estelar: directores, técnicos, actores y especialistas oriundos de aquí y de allá (con visado incluido) “le han quitado algunas plazas de trabajo” a los cineastas locales: la riqueza cultural de sus obras va marcando una diferencia notable que en algún momento podría ser considerada como una notable transformación del discurso estético, o como una adecuada mezcla de arte e industria pero que, en primer orden, siempre incluiría el impacto cultural, a diferencia de otros productos de Hollywood.

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