SUGAR,HERMOSA E INTERESANTE

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Al igual que “Rudo y Cursi”, el excelente filme del mexicano Carlos Cuarón, esta película de Anna Boden y Ryan Fleck (los creadores de la estupenda y diferente “Half Nelson”), “Sugar”, es una historia que se basa en el deporte, en esta precisa oportunidad en el base ball, pero que anda alejada años luz de los tópicos habituales en el cine deportivo que, por lo común, buscan atraer al gran público con hazañas imprevistas y finales que sacuden por el “inesperado” triunfo del atleta de turno.

Y el presente caso nos toca muy de cerca porque ese Miguel “Sugar” Santos es otro de los tantos chicos que son firmados, que reciben un bono en apetecibles dólares para entonces ir a dar a un campamento en USA donde, para empezar, hacen lo posible por enseñarles el inglés, algo de las costumbres propias de su nuevo país, las comidas, etc. Y luego, los más afortunados, alcanzan a jugar en algún equipo subsidiario de los famosos y populares de las Grandes Ligas, en clase A, doble A y Triple A, en tanto unos pocos, muy pocos, llegan a los equipos ansiados, al tope del éxito que representa lo que todos ansían: convertirse en una estrella admirada por todos y, como si eso fuera poco, hacerse millonarios (unos más que otros, como es natural).

Y Sugar es uno de ellos, un muchacho del Este que, como muchísimos otros, cifra sus esperanzan de salir de la pobreza en la potencia y la destreza de su brazo de lanzar o en la habilidad y contundencia en su manejo del bate y el guante.

Pero lo que nunca nos dicen esos films es lo que encontramos en el mencionado mexicano y en el presente: que es muy probable que todos o casi todos los aspirantes piensen que basta con su destreza para triunfar, pero que, cuando inician ese sendero luego de recibir el bono es entonces cuando se percatan de lo distante que está ese éxito y en lo largo y áspero del camino a recorrer. Y es ahí donde tropieza Sugar, en sentirse constreñido por su desconocimiento del idioma inglés, en sentirse humillado al tener que sentirse mal cuando no comprende, cuando no conoce las comidas que le dan, cuando tiene que vivir en un cuarto de hotel y le es muy difícil hacer vida social porque está limitado al grupo que forma con sus compañeros.

Y luego, en el caso de que logre superar esa etapa, viene la vida en una casa de familia norteamericana mientras juega en un equipo clase A, su penosa adaptación a las costumbres de esa familia y ese pueblo, costumbres religiosas, costumbres sociales, culinarias, todo ello aunado a la exigencia del equipo que, aunque sea un equipo de pueblo pequeño, esa gente de ese pueblo ansía tanto ganar como los de Boston con su famoso equipo, y la presión que recibe el muchacho, acabado de salir del horno pueblerino paupérrimo de un lugar como San Pedro de Macorís, aunado a esos momentos durante los cuales no está rindiendo lo que de él se espera como jugador, como lanzador, es lo que le hace derrumbarse: no todos pueden soportar un tan duro embate que llega por todos los lados.

Nos gusta el final del film, porque es, precisamente, lo que abarca no solamente a un jugador novato, a un Sugar dominicano, sino a docenas, cuentos de derrotados, decepcionados, arrastrados por la cruda corriente de una vida que no es la suya: en un pequeño estadio de base ball en New Cork, llamado, irónicamente, Roberto Clemente (todo un triunfador en cualquier sentido), se reúnen docenas de individuos de diferentes procedencias, edades, razas, todos derrotados, todos hundidos en su nueva miseria, pero todos ellos unidos por aquello que les han arrojado a un lado pero que sigue siendo su amor de toda la vida: el beisbol.

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