“Marmaduke”. Sísifo era un chivito

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Vaya, que el tal Sísifo se las pasaba fatal condenado como estaba por el terrible Zeus a subir una roca a la cima del Olimpo para que, ya llegado a la cima, la malhadada piedra rodaba de nuevo hacia abajo y... vuelta a empezar.

Pues, para que vean, algo así estamos sintiendo los críticos de cine del patio porque, recórcholis, llega una semana y aparecen dos estrenos apestosos, sigue otra semana y apenas aparece una cinta algo apreciable acompañada por un rotundo disparate repleto de colmillos y animaladas y, cuando creemos que ya ha pasado lo peor, entonces nos llega esta semana de mediados de julio y... ¡zas! Que apenas aparece un solitario estreno en toda una ciudad capital con quién sabe cuántos millones de habitantes y, para rematar el cuento, que ese “estreno” es una de las seleccionadas, por ser la etapa de las vacaciones para los chicos escolares, para “ofrendarlas” a ellos, a los infelices niños que son los obligados receptores de cada estupidez que no tiene madrepora en la historia.

Y, ya lo vislumbraron encima, se trata de “Marmaduke”, historia que, para seguir con la costumbre, viene de un personaje del “comic”, de una tira cómica que a lo mejor fue o es inmensamente popular aunque a nosotros no nos arroja vestigios en el cerebro, y que ese tal personaje es un perro, o sea, un Gran Danés, con lo cual estamos hablando no de un gozque cualquiera de esos que adornan las camitas de los infantes o las carteras de las chicas bien, sino de un animalejo con 90 kilos y más de un metro de altura y casi dos de largo.

Pero, bien, si es un perro se presume entonces que es el regalón de la casa, que todos lo quieren en la familia pero que, por su envergadura, debe tener su lugar en el hogar y una educación esmerada para ser eso, el querido de todos. Pues miren que no, el chucho inmenso duerme en la cama con la pareja de esposos, algo que se nos antoja todo un despropósito desde cualquier punto de vista y, peor, es tan mal educado que hace todo lo que le viene en ganas en perjuicio de los dueños de la casa.

Pero, aún así, y luego de unas cuantas trastadas luego de las cuales cualquier persona en su sano juicio le hubiera enviado a la perrera municipal, entonces es cuando le quieren y le adoran. Y luego vienen las “aventuras” del Marmaduke, su continuo andar por una ciudad que no conoce yendo a todas partes, hasta que le toca la desventura y, claro, como entonces les conviene, pues no encuentra por nada del mundo su hogar... todo es cuestión de conveniencia.

Realmente, en esta oportunidad tuve tan mala suerte que ni siquiera pude descabezar una siestecita, razón por la cual hube de zamparme el desaguisado completo hasta que, dispuestos a todo, nos birlamos los últimos cinco minutos dejando al resto de los sufridos embebidos en la rotunda necedad que, nadie lo quita, puede que ofrezca un buen ejemplo de amor a los animales y comprensión familiar, pero que bien pudieron ahorrárselo en beneficio de todos.

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