El filme de acción ‘Asesino ninja’
0:16Dejavú. Sí, en efecto, creemos en eso del dejavú. Y, sobre todo, lo creemos y aceptamos luego de ver los primeros diez minutos del film de James McTeague “Asesino ninja”.
Porque, en medio del friito y la semioscuridad, viendo como el tal Raiko comenzaba de niño su aprendizaje como ninja del grupo de los Tres Clanes, o sea, que iba a convertirse en un Ozunu (¿será acaso Manolo Ozuna miembro del clan y disimula colocando cambiadas las letras de su apellido para despistar?).
Luego de recibir dolores y sufrimientos sin nombre para hacerse hombre, para hacerse ninja, nos pareció estar con muchos cabellos y barba negra y tupida sentado en el Leonor viendo una de las tantas películas de artes marciales chinas que nos llegaban de manera incesante, una diarrea pura de necedades que se puso de moda.
Filmes que costaban centavos y recaudaban millones en el mundo entero, o sentado en mi mecedora favorita frente a una TV de 20 pulgadas viendo a David Carradine levantando la olla candente con los brazos para quedar tatuado de por vida en el primer episodio de la serie “Kung Fu”, que tanto nos deleitara.
Y está bien que pasáramos el rato viendo boberas en medio de una buena serie de grandes películas orientales, europeas, latinas, soviéticas y aun de otras latitudes extrañas que se pasaban en nuestras salas de cine para aquel entonces, cuando se estrenaba “Persona”, de Bergman, y duraba semanas y semanas en cartel en el Leonor, porque la gente iba al cine para ver eso, cine, no efectos especiales y vaciedad como ahora.
Cuando se estrenaban casi siempre tres, cuatro y hasta más películas cada semana, y algunas venían de Hollywood y las veíamos con placer porque esa era entonces de verdad La Meca del Cine y no una fábrica de pendejadas como ahora.
O sea, ver “Kung Fu” o ver una que otra cinta de artes marciales era como sentarse a dormir una siesta luego de pasarse dos o tres horas leyendo a Faulkner, Dostoyevski o Tolstoi, se buscaba un par de horas de relax para volver a enseriarse, para volver a la rutina del verdadero cine.
Lo malo es que ahora, viendo al tal Rain, que así se llama el joven que hace el rol de Raizo, héroe impoluto e indestructible, ninja superdotado capaz de vencer a todos los demás ninjas que recibieron sus mismas lecciones, que aguantaron los mismos dolores y sufrimientos, que tuvieron al mismo despiadado maestro.
Esto por varias razones: una, porque se recibe una herida, por terrible que sea, y dicha herida se cura sola en cosa de minutos; dos, porque Raizo está en combinación con el guionista y el director de la peliculilla que tiene, irremisiblemente, que terminar con el triunfo del bueno.
Como en cualquier otro filme del mismo tipo realizado con aquella islita donde, en el centro, vivía el poderoso productor, a su alrededor los empleados, técnicos y “actores” y luego, en el tercer anillo, el más amplio, se entiende, se estaban rodando simultáneamente tres o cuatro películas en las cuales los Raizos de aquel entonces brincaban por encima de los techos de las casas, daban golpes mortales (a pesar de lo cual se podían pasar diez minutos dándose porrazos, porque los golpes son mortales en esos filmes cuando conviene al “creador”), se sacaban el corazón con un maravilloso golpe o se atravesaban el cuerpo con otro.
Pues bien, ahora todo vuelve, los norteamericanos, asociados con los alemanes (sí, con los paisanos de Herzog, de Fassbinder, de Goethe, de Beethoven), se sacan de la manga a ese Rain, los cubren de cicatrices viejas y nuevas, de sangre, sudor pero no lágrimas, le buscan una chica negra para estar en la moda, y se inventan una historia que no resistiría el análisis de un niño de 8 años, y se lanzan a la aventura con la idea de dar un golpe de suerte y que su niñada se convierta en un “blockbuster” y, habiendo costado tal vez 5 ó 10 millones, recaude 60.
Y, como hay tanto mangansón en este mundo (no solo en R.D.), pues no dudamos que lo consigan.
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