‘Decisiones extremas’

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Vaya, todo hace parecer como que Harrison Ford de buenas a primeras se percató de que no podía seguir haciendo personajes que se pasen dos horas corriendo, saltando, disparando y golpeando y se resignó a ser un simple científico que anda tras la pista de una enzima que pueda curar o por lo menos mitigar los efectos de una terrible distrofia bautizada como “Pompe” que ocasiona la muerte a quienes nacen con dicho mal genético a los pocos años.

Por supuesto, para que el ya muy arrugado galán pudiera lucirse un tanto, a falta de acción policial o aventuresca nos han dibujado un científico, el Dr. Robert Stonehill.

Este es una especie de calco de los científicos del cine bobo de los años 30 ó 40: resabioso, malcriado, capaz de despreciar millones porque “él no se vende por dinero”, pero, por supuesto, en el fondo (un fondo que aparece muy pronto) es capaz de dar su brazo a torcer y hasta jugar con los niños enfermos y casi derramar una lagrimita.

O sea, un personaje que no vale un pepino, por más que digan y repitan que “todo lo contado en el guión se basa en una historia real”, aunque dicho guión se base en una novela de Gaeta Anand, y todos sabemos que una novela es ficción por más que haya bebido de la realidad.

El otro personaje central de la historia es John Crowley, un alto ejecutivo de una muy importante firma industrial que lo deja todo para seguir en su sueño de conseguir una cura milagrosa para sus dos hijos sufrientes de la tal distrofia, a quien vemos dejar la poderosa firma para irse con Stonehill y, de buenas a primeras, vivir junto a su familia en una mansión de leyenda, aunque luego es despedido y nadie se va a enterar de cómo diablos sobrevive con su familia y sus hijos ya mejorando (no curados por completo, pero sí aliviados) por culpa del tremendo lío que forma al decidir robar la maravillosa enzima.

Y “enzima” de todo eso, tenemos que soportar a los niños enfermitos de gravedad que se la pasan lanzando frases “ingeniosas” y son muy tiernos, pero que, vaya, por más lástima que den, no son nada elogiables por su talento histriónico, porque poner cara de “miren que enfermo estoy” no es como para ganarse el Oscar, cosa que tampoco habrá de ganar Brendan Fraser por más que trate de hacernos sentir que sufre todos los males del infierno por sus pobrecitos niños, y menos Harrison Ford por hacerse el “Elmer Gruñón” y molestar a todos con su rock a todo volumen, un servidor incluido.

No es mucho lo que tenemos que agregar: a decir verdad, hubiéramos preferido un corto de 20 minutos diciendo: los niños se están muriendo, pero su papá se la buscó hasta en el fondo del infierno hasta que pudo regalarles unos años de vida gracias a la eficaz ayuda de un arrugado Harrison Ford, es decir, de un científico al viejo estilo de esos que ya no existen.

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